Un panorama complejo

La educación superior en México enfrenta retos propios y de su entorno. Líderes globales en educación coinciden en que la pandemia originada por la Covid-19 produjo la transformación educativa más abrupta y extendida de la historia de la humanidad. La digitalización fue la vía que permitió la continuidad de los procesos educativos y actualizó en meses los cambios que durante años se han estado impulsando desde distintos sectores.

La Universidad de Oxford (2017), en sus reportes de 2015 (Castro, 2015) a 2017 sobre tendencias internacionales en la educación superior, señala la importancia de las tecnologías de la información tanto en sus procesos administrativos como en los de aprendizaje, lo cual constituye un eje de evolución institucional para la competitividad. Destaca la evolución y los desafíos de los cursos en línea masivos y abiertos (MOOC, por sus siglas en inglés) como los elementos más visibles de las tecnologías digitales aplicadas a la enseñanza. La misma institución refiere que uno de los retos institucionales que se enfrentan en el uso de las tecnologías es la resistencia de algunos sectores del profesorado.

La revolución tecnológica es uno de los fenómenos que ha producido nuevos tipos información y comunicación. Vivimos en un mundo hiperconectado e hiperinformado, donde más de la mitad de la población mundial es usuaria de internet y el número de servicios de telefonía móvil es mayor que el de personas en el mundo (We are Social y Hootsuite, 2019). En ciudades como Guadalajara, en promedio, las personas tienen acceso a dos o tres dispositivos electrónicos en su cotidianidad. En México, los usuarios de internet se conectan a la red ocho horas y veinte minutos al día, en promedio, en su gran mayoría a través de dispositivos móviles (Asociación de Internet, 2019).

Las nuevas tecnologías, como la robótica, el internet de las cosas, la impresión 3D, la realidad virtual, los macrodatos y la inteligencia artificial, crean un sinnúmero de oportunidades, pero también causan nuevos problemas, como la afectación considerable que ocasionan al mercado laboral mexicano (OCDE, 2019) por su potencialidad de sustituir a trabajadores en tareas rutinarias fáciles de automatizar. En general, el acceso a las nuevas tecnologías se ha dado de manera desigual y ha creado nuevas brechas que se suman a la lista de retos de las universidades.

En el terreno educativo, los entornos virtuales de aprendizaje (virtual learning environment), las aulas invertidas (flipped classrooms) y el aprendizaje combinado (blended learning) utilizan plataformas de gestión del aprendizaje, entre las cuales las de mayor uso son Blackboard y Moodle. El aula invertida, como metodología pedagógica, se ha implementado en las universidades de Cornell, Illinois, Stanford y la estatal de San José, y sus resultados han sido positivos en evaluaciones iniciales de productividad. Asimismo, el aprendizaje combinado se ha institucionalizado con fuerza y un ejemplo de ello son los 80 programas con este formato que la Universidad de Illinois en Chicago ofrece en las áreas de estudio con mayor demanda, como educación, programas de salud y negocios. Por su parte, la Universidad de Stanford, ante la inminente transformación de la educación, creó la Vicerrectoría de Aprendizaje en Línea como parte de la iniciativa Stanford Online.

Respecto a la inserción laboral, el reporte de la Universidad de Oxford (2017) hace hincapié en la creciente preocupación de las universidades por las altas tasas de desempleo y los bajos ingresos, fenómenos que se presentan incluso en países desarrollados. Esta inquietud es compartida por los gobiernos, de ahí que, como parte de sus estrategias para aumentar la empleabilidad, piden a las instituciones de educación superior (IES) expandir el acceso, incrementar la investigación aplicada y ofrecer programas educativos pertinentes y de calidad. En respuesta, los rankings de educación pública ponen mayor peso en la variable de empleabilidad.

A cien años de la creación de la Organización Internacional del Trabajo, la reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo de 2019 hizo un balance del mundo del trabajo con la intención de generar una hoja de ruta hacia un futuro laboral centrado en el ser humano. Respecto a los desafíos globales, la Organización declaró que los esfuerzos deben orientarse al logro de los siguientes objetivos:

  1. El fortalecimiento de las capacidades de todas las personas para beneficiarse de las oportunidades de un mundo del trabajo en transición, a través de:
    1. el logro efectivo de la igualdad de género en materia de oportunidades y de trato;
    2. un sistema eficaz de aprendizaje permanente y una educación de calidad para todos… (Conferencia Internacional del Trabajo, 2019, Declaración III, p. 5).
  2. Aprovechar todo el potencial del progreso tecnológico y el crecimiento de la productividad, inclusive mediante el diálogo social, para lograr trabajo decente y desarrollo sostenible y asegurar así la dignidad, la realización personal y una distribución equitativa de los beneficios para todos;
  3. Promover la adquisición de competencias, habilidades y calificaciones para todos los trabajadores a lo largo de la vida laboral como responsabilidad compartida entre los gobiernos y los interlocutores sociales a fin de:
  4. Subsanar los déficits de competencias existentes y previstos;
  5. Prestar especial atención a asegurar que los sistemas educativos y de formación respondan a las necesidades del mercado de trabajo, teniendo en cuenta la evolución del trabajo, y
  6. Mejorar la capacidad de los trabajadores de aprovechar las oportunidades de trabajo decente (Conferencia Internacional del Trabajo, 2019, Declaración II-A, pp.2-3.

Estas declaraciones refrendan la responsabilidad de las IES en la creación de una oferta educativa que responda a las necesidades de trabajo. El reto debe abordarse, además, desde la perspectiva de la cualidad transitoria del mundo laboral.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en reconocimiento a la importancia de las habilidades digitales en el campo laboral, ha impulsado la iniciativa Global Decent Jobs for Youth, que promueve las acciones de la Agenda 2030 (Decent Jobs for Youth, s.f.). Esta propuesta expone que la economía digital está transformando el panorama del trabajo de manera acelerada. Las industrias de servicios financieros, culturales, de salud, entretenimiento, transporte y comunicación, entre otras, están requiriendo empleados con destrezas superiores tanto en el sector privado como en el público; incluso, las capacidades digitales están correlacionadas con un mayor ingreso. Según información de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), los trabajadores con habilidades digitales avanzadas obtienen, en promedio, 27% más ingresos que sus compañeros. Aunque suele considerarse a los jóvenes como nativos digitales, la mayoría de ellos no poseen habilidades digitales especializadas para desempeñarse en un empleo.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que se encuentran en el corazón de la Agenda 2030, son un llamado universal para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y garantizar la paz y prosperidad para el 2030 (PNUD, s.f.); entre ellos, destaca el desarrollo económico y social pensando en el equilibrio sostenible del medio ambiente. La educación superior contribuye, en gran medida, a mitigar los grandes problemas de la humanidad, que son atendidos mediante los ODS para la creación de ciudades y comunidades sostenibles; la reducción de las desigualdades; las acciones para la industria, innovación e infraestructura; la igualdad de género; la salud y el bienestar; y la educación de calidad.

La meta 4 de los ODS, que se refiere a la educación, indica que mejorar la calidad de la educación universitaria es una prioridad. Las necesidades presentes y futuras de los jóvenes, los adultos y los empleadores deben estar en el centro del diseño de la educación y la capacitación; adaptar los programas a las necesidades y a los contextos específicos; y abordar con mayor eficacia las brechas en las habilidades fundamentales de los jóvenes y adultos, así como de los docentes, los investigadores, los padres, madres y tutores de los alumnos, y el personal administrativo.

En lo demográfico, el país tiene una población creciente, joven y con alta densidad. Desde 1950, la población prácticamente se ha quintuplicado; no obstante, la tasa de crecimiento demográfico anual ha disminuido del 3% entre 1960 y 1980 a 1.24% en 2017, y la proyección es que mantendrá esta tendencia en el futuro. Para el 2050 se espera que la población en México alcance los 164 millones de habitantes.

De acuerdo con información del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2015), México tiene una población joven y en transición demográfica. En 2015, la edad media de la población fue de 27 años de edad. El 27.4% de la población era menor de 15 años y el 62% se encontraba en el rango de 15 a 59 años. Para el 2050, con el cambio de la pirámide poblacional, se espera que la edad media aumente a 41 años; esto, debido a la combinación de una fuerte disminución en el número de nacimientos vivos por mujer y al incremento de la esperanza de vida. Se pronostica que, entre 2015 y 2050, la población de 0 a 14 años de edad disminuirá casi un 20%, con lo cual bajará la demanda media escolar en el país de modo considerable (INEGI, 2015).

En términos socioeconómicos, México tiene mucho por mejorar. En el Índice de Progreso Social, de la organización Social Progress Imperative, México ocupa el lugar 62 de entre 163 naciones (México ¿Cómo vamos?/Social Progress Imperative, 2020), y es parte del grupo de países con nivel 3, por debajo de estados latinoamericanos como Chile, Ecuador, Uruguay, Colombia y Brasil. Si bien México ha avanzado en progreso social en la última década, este adelanto no ha sido tan significativo como en otras economías. De acuerdo con este índice, los ejes con puntajes más bajos son la seguridad personal, la inclusión y el acceso a la educación superior.

Por otra parte, la educación en México presenta cifras preocupantes. Desde hace poco más de un quinquenio, nuestro país se sitúa como uno de los menos preparados en materia de educación y productividad laboral de la OCDE. La población de 15 años y más tiene 9.1 años de estudio, es decir, solo hasta educación secundaria (INEGI, 2015). La cobertura en educación superior es del 32% aproximadamente (Centro Interuniversitario de Desarrollo, 2016). El 31.5% de la población entre 18 y 24 años de edad asiste a la escuela, y de esta población, uno de cada dos está cursando nivel superior, es decir, menos del 16%. A pesar de la mejora constante en este indicador, más del 60% de la población de 25 a 64 años en México tiene un nivel educativo inferior al secundario superior, la menor eficiencia educativa terminal entre los países de la OCDE, cuyo promedio es del 21.1% (INEGI, 2015).

También hace falta avanzar en materia de equidad de género e inclusión. Las mujeres en México reportan más probabilidades de no tener acceso a la educación, empleo o capacitación y quedar excluidas del mercado laboral, lo que limita su desarrollo y uso de habilidades. La educación de adultos, que puede equipar a los mexicanos con habilidades relevantes para el mercado laboral, es baja: la tasa de participación de adultos en educación y capacitación formal y no formal relacionada con el trabajo en México es del 23%, muy por debajo del promedio de la OCDE, del 40%.

Desde inicios de este nuevo siglo, México ha incrementado sustancialmente la inversión educativa; ahora se designa a la educación cerca del 6.5% del producto interno bruto (CONEVAL, 2018). Si bien el gasto público en todos los niveles de educación, como parte del gasto total del gobierno, es el segundo más alto entre los países de la OCDE, la inversión por estudiante sigue siendo la más baja, es decir, se gasta más, pero no lo suficiente para el número de población objetivo que debe ser atendida.

El nuevo paradigma educativo tiene como objetivo el desarrollo de competencias y talentos en los estudiantes mediante la construcción activa, descubrimiento y transformación de su propio conocimiento. Para ello, es indispensable que las universidades se organicen de manera flexible y generen un espacio colaborativo en el cual docentes-facilitadores brinden acompañamiento estratégico al alumnado en su proceso formativo. Este nuevo modelo entiende la enseñanza como una experiencia activa compleja. Los autores, investigadores educativos y promotores globales del aprendizaje cooperativo, afirman que esto solo es posible a partir del cambio en la estructura organizacional de las instituciones (Johnson & Johnson, 2017).

Así, las IES deben repensar sus funciones sustantivas y alinear su actuación a los objetivos de la agenda global y a la planeación del país y de su contexto local. La educación debe plantearse como un eje transversal de todas las actividades y como un actor en la solución de problemas sociales, económicos y ambientales. En estos momentos, realizar ejercicios de planeación es oportuno e imperante. En el mundo han acontecido cambios drásticos e inéditos que llevarán a la construcción de una nueva realidad social.

En este contexto, un asunto relevante es el cambio climático. El término antropoceno se ha creado para describir el impacto de la actividad humana en los sistemas ecológico y planetario, de tal manera que se esperan transformaciones profundas e irreversibles y que amenazan el hábitat de nuestra civilización. La comunidad global ha trabajado arduamente en el diseño de acciones y la construcción de acuerdos para mitigar los efectos del cambio climático y adaptarnos del mejor modo a los posibles escenarios. La agenda de cambio climático requiere la participación de todos los actores de la sociedad, y las universidades tienen un papel trascendental desde cada una de sus funciones sustantivas.

Por último, la emergencia sanitaria ante la aparición del coronavirus que originó la Covid-19 plantea retos sin precedente para la humanidad. Como en gran parte de los países del mundo, el gobierno de México optó por reducir, en forma gradual, las actividades, procesos y transacciones a niveles mínimos esenciales con la finalidad de reducir los contagios y las muertes entre su población. La pandemia global ha tenido efectos históricos en todos los ámbitos de la actividad humana, entre ellos, la educación, con el avance acelerado e intensivo de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Los entornos virtuales de aprendizaje, las aulas invertidas y el aprendizaje combinado dejaron de ser recursos auxiliares para convertirse en espacios y técnicas preponderantes para la educación, función social prioritaria que evoluciona vertiginosa y necesariamente hacia la digitalización.

En respuesta a la crisis sanitaria, y ante la recesión económica, la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) puso en marcha, el 15 de julio de 2020, su Academia Mundial de Competencias, cuyo objetivo es dotar a millones de jóvenes de habilidades digitales clave para enfrentar los desafíos de un futuro adverso. La empleabilidad y la resiliencia son las aptitudes básicas que sustentan esta solución de aprendizaje integrador, propuesta por la Coalición Mundial para la Educación en el marco del proyecto “Competencias para una juventud resiliente en la era de la Covid-19 y más allá”.

El CUCEA lleva ya un camino andado en la búsqueda de un modelo académico pertinente de transformación y liderazgo, que ha aprendido de las buenas prácticas de universidades del mundo. Nuestro Centro Universitario es un mosaico de oportunidades con diversas capacidades académicas y recursos universitarios. El proyecto actual de Ecosistema CUCEA Smart Campus es un buen ejemplo; consiste en convertirlo en un campus inteligente y sustentable, un espacio educativo, físico y virtual, con tecnología de avanzada, que opere siguiendo las mejores prácticas de gestión y proporcione a su comunidad un ambiente educativo autogestivo, accesible y equitativo. En nuestra visión, el Smart Campus será un referente en todas las escalas y no solo en el ámbito educativo.

Del complejo panorama descrito en este apartado, se derivan metas y responsabilidades para nuestro Centro Universitario, de tal magnitud que se requiere un ejercicio profundo de planeación que lo transforme en una institución académica global, con visión al 2030 en sus proyectos, que asuma un papel detonador y constructor de soluciones útiles para la sociedad, y que forme los talentos que los tiempos necesiten. Asimismo, que genere y transfiera conocimientos y tecnologías que, desde el campo disciplinar del Centro, contribuyan transversalmente a todas las áreas de la actividad humana y abran un abanico amplio de nuevos campos interdisciplinares, como economía de la salud, gestión ambiental, gestión de tecnología, de ciudades, de sistemas de inteligencia, entre muchos otros.